PROFE PEPE PACHO
EL PROFE PEPE PACHO
viernes, 1 de octubre de 2021
sábado, 11 de septiembre de 2021
Todo
inició como
por arte de magia
Quiero contarles que han pasado dos meses largos desde que me encerré en mi casa. No puedo salir al pueblo por temor a contagiarme del virus. En las mañanas, tomo el sol en el patio y aprovecho para darle una vuelta a mi cerdita. Todos los días le llevo comida y, mientras le doy de comer, pienso en cómo y cuándo será el regreso a la Escuela. Por ahora estoy ocupada realizando los talleres que envían los profesores y que mi mami va y recoge en la Escuela.
Gissel Ordóñez, Grado 7º
COMO LA SOMBRA EN LAS PAREDES
En la oscura soledad de la noche,
escucho
un grito de llanto y sufrimiento.
Se
avecina la tragedia;
un
río de lágrimas es lo que puedo observar
de
la amargura que deja
la
muerte al cruzar.
En
el oscuro horizonte
yace
un terrible mundo
donde
la única salida
es
esconderse
debajo
de las sombras.
Suplicar
y llorar
por
las almas
que
se fueron
y
las que pronto
se
irán.
Las
calles lucen
solitarias
en
los amaneceres;
en
los atardeceres,
la
desesperación
crece
en mí
como
las sombra
en
las paredes.
By: Angie Natalia Embús Bernal,
Grado 8.
UNA MAÑANA Y UNA TARDE ENTERAS
By: Francisco Quintero
En realidad llevo cuarenta días
pensando qué escribir, cómo escribir. Qué contar de esta experiencia. Todos
estos días me he preguntado cosas sobre lo que está pasando. Pienso que es un
momento único en nuestras vidas, y no puedo dejar que pase, así, como si nada.
Comprenderán. Tengo 57 años. Los cumplí hace nueve días. Nada de fiestas.
Bueno, nunca ha sido así. Pero esta vez fue algo especial. Encerrado. Viendo
pasar de vez en cuando a alguien a pie por la calle que da frente al balcón del
edificio donde vivo. Así es todo el día, todos los días, hasta que la tarde se
va tiñendo de noche; pasan las bandadas de loras, de garzas en forma de V que
me hacen recordar a Salvador Gaviota. Al fondo la montaña, las primeras luces
que anuncian que ya es de noche, el esfumado pito de un carro a lo lejos, la
luz roja y azul del carro de la policía que patrulla las calles para hacer
cumplir la cuarentena; nadie puede salir, esto parece un secuestro masivo. Nadie
dice nada.
Bueno, la televisión dice muchas
cosas; hay imágenes de cadáveres apilados en neveras, de gente muriéndose en
los hospitales públicos conectados a respiradores, la mayoría gente mayorcita,
como yo; de multitudes haciendo filas interminables en los cementerios para
enterrar a sus seres queridos, de morgues y funerarias que no dan abasto. La
mayoría de los muertos son abuelitos, pero dicen que también ha matado a
jóvenes. Y algunos recién nacidos. Esto es aterrador. Y pasa aquí en la cuadra
del barrio de clase media en Palmira, al sur de Colombia, donde vivo; también
en Asia, en aldeas africanas, en mega-urbes como Nueva York, en capitales como
Madrid o Roma. En Londres hasta la reina Isabel, que por estos días cumplió 94
años, tuvo que salir a refugiarse en su mansión campestre, lejos de la
ciudad. Ahora mismo el primer ministro
británico Boris Johnson ha sido internado en una UCI londinense. El mismo que
quiso burlarse de lo que llamó: “gripita”. Ya van más de 200 mil muertos en el
mundo entero por la “gripita”. Y serán millones, según el pronóstico de los
expertos. Y continuará matando por años, según esos mismos. Hasta que no hallen
una vacuna.
Mi mujer ha pegado un grito. Mientras hacía teletrabajo en la sala algo entró por la ventana panorámica que da al balcón, y se ha asustado. Yo salí corriendo del estudio para mirar qué pasaba. Ni idea de lo que me iba a encontrar. ¡Pobrecito!, gritaba ella. Y sí, lo vi, acezando, tirado en el piso de nuestra sala. Apenas me miraba de reojo. Suplicante. Pidiendo perdón. Hablando en su idioma. Qué se yo. Entonces como vi que daba bandazos sobre el piso de porcelana decidí quitarme la camisa para atraparlo. Era un loro australiano. Leí en un diario digital que muchas personas, tras haber perdido sus trabajos, escasamente tienen para comprar el alimento de la familia. Entonces han botado a la calle a sus mascotas: perros, gatos, pájaros, micos, iguanas (¡¿será por eso que hay tanta fauna silvestre en las calles de nuestras ciudades!?, me pregunté. Supuse que este pobre lorito, de un añil desteñido, ha sido liberado de su jaula porque sus dueños no tienen para el alpiste. ¿Qué vale una libra de forraje para pájaros? No tengo idea. Pero entonces –me dije, no se lo conté a mi esposa- hemos llegado a una miseria absoluta. Eso ha de valer menos que una hebra de cebolla larga, pero la gente ya no tiene ni para eso. ¡Qué van a tener para la comida de un loro australiano! De razón las ventanas y puertas de miles de viviendas en todo el país se han ido tiñendo de trapos rojos. Las bayetas rojas se han convertido en un llamado de auxilio (¿Qué dirán los toros?). Y a medida que transcurre el tiempo, ha dejado de aparecer en casitas humildes de ciudades y campos para irrumpir en ventanas de edificios de clase media. Quién lo creyera. La geografía de nuestras miserias se ha teñido de rojo.
*****
jueves, 3 de junio de 2021
viernes, 19 de febrero de 2021
CÁLLAME SI PUEDES
Siento que el tiempo
avanza como máquina depredadora.
Que el reloj corre más aprisa,
y el cuerpo se desgasta.
Que hay más muertos que vivos,
y más puñaladas que besos.
Que la lluvia es más escasa,
Y más ácida la vida.
Siento que el viento
ruge como fiera acorralada,
que los ojos no ven
lo que el corazón siente.
Que el amor es efímero,
como fugaces las estrellas.
La indolencia es atroz
como inhumana la ignorancia.
Siento que corremos hacia un abismo,
Y el abismo mismo
Hacia otro abismo.
Que no hay fondo
ni techo en esta vida,
y la vida misma
un precipicio
donde duermen silentes
PALMIRA, FEBRERO 19
DE 2021.
martes, 12 de enero de 2021
MIEDO
Tengo miedo
de besarte y
no encontrar tu boca.
Miedo,
de abrazarte
y no sentir tu cuerpo
Miedo,
de llorar
y oír que río.
Miedo,
de mirarte
y no encontrarte.
Tengo miedo
del miedo
que no es miedo.
Miedo
de ver llover
y corren los ríos secos…
Miedo
de encender la luz
y apagarse las estrellas.
Miedo
a la oscuridad
que se hace día.
Tengo miedo
de perderte,
teniéndote.
Miedo.
jueves, 15 de octubre de 2020
EL TIEMPO DE LA PESTE
EL SOL SIGUE SALIENDO
|
asomando sus ojos grandes amarillos
por encima de esa montaña
bajo cuya sombra duermo…
Casi junto con la salida de
mi hermano el sol,
las noticias caen como
bombas atómicas
sobre mi cabeza…
Ya casi nadie se ve las caras.
Los niños guardan silencio
tras puertas y ventanas.
Parece que el mundo sucumbe
a la pandemia, y todos
miramos perplejos.
¿Se acabará esto algún día?
No sé, dice mi padre ya muerto…
Pero el sol seguirá saliendo,
con sus ojos grandes,
por encima de la montaña
bajo cuya sombra duermo…
Francisco Quintero / Palmira, 05-18-2020
sábado, 3 de octubre de 2020
RINCÓN DEL CUENTO
FRANCISCO QUINTERO
Un café negro
Bertha no sentía miedo a la oscuridad. De niña, se metía debajo de las cobijas para crear su propio universo de materia oscura. En cambio, Roberto, su hermano menor, jugaba a recoger luciérnagas en el patio para meterlas en un frasco de vidrio y quedarse dormido contemplándolas, hasta que aquella pila natural de luz se extinguía al amanecer.
Bertha era de cara redonda, cabello negro y ojos tristes. La versión no cinematográfica de Matilda. Roberto, tímido y preciso con la cauchera, era más bien escaso de carnes, enjuto de rostro y de cabello castaño. Era tan distinto de su hermana, en el empaque y el contenido, que le decían el hijo del lechero.
Y eso le molestaba a su madre, Clemencia Potes, porque el lechero ----a quien conocía desde niño, muchísimo antes de que le detectaran el síndrome de Werner--- era ahora un tipo macilento y chupado, muy opuesto a su marido, Teobaldo Saa, un jornalero de brazos fuertes, bigote negro y abundante, y una voz como de trueno con vientos huracanados.
- ¡Bertha!, ----tronó una tarde Teobaldo --- ve con Roberto por cagajón seco para hacer humo y espantar estos zancudos
- ¡Sí señor!
Para Roberto, la noche era un abismo iluminado de luciérnagas. Para Bertha, la linterna de los dioses.
Ambos crecieron bajo el brazo protector de sus padres. Ambos amaban la fragancia de las canangas en los atardeceres, pero solo Bertha preguntaba insistente: ¿dónde está el interruptor para apagar esa luna que no deja dormir?
- No seas boba, le reclamaba Roberto.
- No seré tan boba como para ser la hija de Emilio Parga
El ahora ruinoso Emilio Parga a duras penas cargaba sus cantinas de leche para la venta en un viejo triciclo, trabajo que hacía desde muy chico. Todos los días, a eso de las 7 de la mañana, cuando Teobaldo había marchado al trabajo, llegaba con la leche para los Saa Potes. Nunca faltaron las dos botellas diarias, como tampoco las flechas amorosas de Emilio a Clemencia.
- Déjate de pendejadas, Emilio Parga, qué dirá la gente. Soy una mujer casada, felizmente casada, le restregaba.
Pero la gente de los pueblos es la gente de los pueblos, y esas fugaces visitas en la mañana, y las risitas entrambos -como decían antiguamente- eran la comidilla de las vecinas asomadas a las ventanas.
---- Si esas ventanas hablaran, le advertían con cierta suspicacia las chismosas del vecindario al recio Teobaldo Saa.
Una tarde, de regreso del trabajo, Teobaldo encontró a su esposa sumida en la tristeza. Por más que la inquirió, no supo decirle la verdad. No había verdad. Entonces, la tomó en sus gruesos brazos de hombre y trató de animarla. Era lo que más quería ella de él. Esa voluntad para consolarla, sin importar el qué.
A la mañana siguiente, Clemencia Potes echó de menos a Emilio Parga. Nadie lo había visto pasar. Ni nadie dio razón de su ausencia en todo el día, hasta la mañana siguiente, cuando todos debieron tomar café negro. Lo hicieron sin chistar, aunque extrañados.
De camino al trabajo, Teobaldo se topó con Rosalinda, mujer joven y dicharachera quien traía en sus manos una carta para su esposa. Rosalinda se la entregó, diciéndole que lo sentía, que iba de afán, que si le hacía el favor, a lo que Teobaldo no puso peros.
--- No te preocupes, prima, yo se la doy, le dijo, guardándola en el bolsillo de su chaqueta.
En la tarde, ya en casa, Teobaldo sacó la arrugada carta de su chaqueta, y tal como se la había entregado su prima, así la devolvió a su esposa. Entonces fue la caja de pandora. Clemencia no pudo contener las lágrimas.
Extrañado, Teobaldo le preguntó qué pasa, y arrebatándosela de las manos supo esa verdad molesta, esa luz de la luna sin interruptor que es la verdad.
En ella, Emilio contaba las razones para acabar con su vida, su calamitosa enfermedad pero, sobre todo, el amor que sentía por Clemencia y aquel fruto negado por años: el enjuto y culichupao de Roberto, el hijo del lechero, experto tirador de cauchera.
Clemencia se arrodilló ante su esposo, le pidió perdón, le besó los pies, trató de explicarle todo, del error de haberle ocultado la verdad, de su silencio y sus miedos. Teobaldo, sin abrir su boca, temblando de pies a cabeza, sin saber qué decir, la tomó del brazo, la ayudó a incorporarse y la abrazó.
Luego, la miró fijamente a los ojos, le secó las lágrimas y le dijo tiernamente que ya no importaba. Que Roberto, el pequeño Roberto, al que todos llamaban el hijo del lechero, era su hijo, porque así lo sentía. Y que eso era suficiente para perdonarla, si había algo que perdonar.
Entonces lo colmó de besos, le dio gracias a Dios por haberle dado a un hombre de sentimientos tan nobles y le juró jamás volver a cometer los errores del pasado.
Una vez cayó la noche, contemplando al pequeño Roberto con su hermana atrapar luciérnagas en los pastizales que se extienden detrás de la casa, Teobaldo pensó en cómo contarle a su esposa la otra verdad, la de que el hijo que esperaba la esposa de su primo en realidad era de él.
Cerró los ojos al momento en que la amorosa Clemencia lo tomó por la espalda mientras contemplaba a sus dos pequeños hijos corretear en el patio trasero de la casa detrás de los cocuyos. Alzó la vista para mirar la luna, pero apenas percibió el aroma dulzón de las canangas en medio del humo para espantar los zancudos.
José Francisco Quintero Carvajal
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UNA MAÑANA Y UNA TARDE ENTERAS By: Francisco Quintero En realidad llevo cuarenta días pensando qué escribir, cómo escribir. Qué contar d...
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MIEDO Tengo miedo de besarte y no encontrar tu boca. Miedo, de abrazarte y no sentir tu cuerpo Miedo, de llorar ...